
La responsabilidad de los administradores societarios
La figura del administrador en las sociedades en España conserva un papel esencial y, al mismo tiempo, está rodeada de obligaciones y riesgos que quienes asumen este cargo deben conocer en profundidad. Más allá de la imagen de autoridad y poder que suele asociarse al puesto, existe un entramado legal que impone deberes de diligencia y transparencia. Comprender el alcance de estas responsabilidades aporta seguridad tanto al administrador como a los socios y terceros que interactúan con la empresa.
En primer lugar, el administrador debe actuar conforme a la diligencia de un “ordenado empresario” y con la lealtad propia de quien vela por el interés social. Esto significa, por un lado, mantener un seguimiento continuo de la situación financiera y operativa de la sociedad: supervisar la contabilidad, garantizar que las cuentas anuales reflejen la verdadera situación patrimonial y velar por el cumplimiento de las obligaciones fiscales y laborales. De nada sirve una estrategia brillante si luego la empresa se ve salpicada por sanciones tributarias o incumplimientos de cotizaciones a la Seguridad Social. Por otro lado, la lealtad exige que el administrador no anteponga sus intereses personales a los de la compañía, evitando todo conflicto de interés o situación en la que se beneficie indebidamente de oportunidades de negocio que en realidad correspondan a la sociedad.
Cuando un administrador incumple estos deberes, nace la responsabilidad civil frente a la propia sociedad y, en determinados supuestos, frente a terceros. Si la junta general o el socio único demuestran que una actuación u omisión del administrador ha causado un perjuicio como, por ejemplo, aprobar unas cuentas que ocultan pérdidas importantes o no convocar una junta en plazo, podrán exigírsele el resarcimiento de los daños. Más allá de la esfera interna, acreedores y terceros afectados por decisiones negligentes (como realizar operaciones sabiendo que la sociedad es insolvente) pueden llegar a reclamar el pago de deudas sociales, e incluso conseguir la declaración de responsabilidad solidaria del administrador.
Sin embargo, la vía civil no es la única a la que un administrador puede enfrentarse. La legislación española prevé también la posible responsabilidad penal cuando concurren comportamientos delictivos. Entre ellos destaca el delito societario —venta o manipulación fraudulenta de acciones o participaciones—, así como los delitos contra la Hacienda Pública y la Seguridad Social, que pueden conllevar sanciones muy severas si se demuestra la presentación de declaraciones falsas o el impago deliberado de cotizaciones. Además, en casos de corrupción o blanqueo de capitales los administradores se exponen no solo a multas e indemnizaciones, sino también a penas de prisión y a la inhabilitación profesional durante largos años.
Dada esta concurrencia de riesgos, muchas sociedades optan por reforzar sus mecanismos de control interno. La adopción de un código de buen gobierno, la creación de comités de auditoría y la promoción de una cultura de cumplimiento normativo ayudan a prevenir problemas antes de que se conviertan en litigios o sanciones. Asimismo, es cada vez más habitual contratar un seguro de responsabilidad civil para administradores y directivos, que cubre tanto los costes de defensa judicial como, hasta un determinado límite, las indemnizaciones exigibles en caso de condena.
La formación continua es otro pilar fundamental. Un administrador bien informado sobre las últimas modificaciones de la Ley de Sociedades de Capital, los cambios fiscales o las novedades en materia de protección de datos reducirá significativamente su exposición a errores. En ocasiones basta con un pequeño descuido, como no presentar un modelo 200 en plazo o desconocer una obligación de depósito de cuentas para que se desencadene un proceso de reclamación civil o incluso una investigación penal.
Finalmente, conviene recordar que no todos los riesgos tienen la misma gravedad. Una incidencia menor en los libros contables podría saldarse con una multa administrativa, mientras que un fraude sistemático o una declaración deliberadamente engañosa puede acabar en los tribunales penales. Por este motivo, una gestión responsable y una supervisión constante contribuyen a reforzar la reputación de la sociedad, generar confianza entre inversores y socios, y, al mismo tiempo, a preservar el patrimonio personal del administrador, que de otro modo podría quedar expuesto ante reclamaciones de diversa índole.
En definitiva, la responsabilidad de los administradores societarios en España es amplia y multifacética. Implica obligaciones de orden técnico, como la correcta llevanza de la contabilidad; deberes éticos, como la lealtad hacia la sociedad; y riesgos tanto civiles como penales. Para quien asume este rol, no basta con contar con un buen bagaje empresarial: es esencial disponer de asesoramiento especializado, adoptar prácticas de buen gobierno y evaluar periódicamente la conveniencia de pólizas de seguro que ofrezcan una capa adicional de protección. De esta manera, el cargo de administrador puede convertirse en una oportunidad para impulsar el crecimiento de la empresa con plena tranquilidad jurídica.

Corporate Lawyer
María comenzó su contacto con el derecho mercantil en la carrera en la Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente se encuentra cursando el Máster de Acceso a la Abogacía en el Instituto Superior de Derecho y Economía (ISDE) en Madrid, con el objetivo de habilitarse para ejercer la profesión de abogada.