
¿Real o IA? El imperativo de la transparencia en las creaciones con IA y su confianza
Vivimos un momento en el que la inteligencia artificial ya no es cosa del futuro: está aquí, entre nosotros, generando textos, imágenes, música o incluso voces que suenan exactamente como las de una persona. Muchas veces, consumimos esos contenidos sin darnos cuenta de que han sido creados por una máquina. Y eso plantea una cuestión básica pero fundamental: ¿no deberíamos saberlo?
¿Por qué es necesaria la transparencia en contenidos de IA?
La respuesta parece clara. No se trata de rechazar la tecnología, ni de verla como una amenaza, sino de usarla con honestidad. Cuando leemos un artículo, vemos una imagen o escuchamos una voz, lo hacemos asumiendo que hay una persona detrás. Si ese contenido ha sido generado por una IA y no se indica, estamos en una situación desequilibrada: como usuarios, no tenemos las herramientas para juzgar lo que estamos viendo con criterio. No podemos valorar su intención, su fiabilidad o incluso su sesgo.
Esta falta de información no es algo menor. En muchos casos, puede suponer una forma de manipulación. Y en un mundo donde la desinformación ya es un problema serio, la transparencia en los contenidos generados por IA se vuelve imprescindible. No es solo una cuestión de derechos del consumidor digital, sino también una forma de proteger el espacio público, la confianza y la integridad del debate democrático.
Y no hablamos de un riesgo hipotético. Las imágenes falsas, los vídeos manipulados y los textos generados automáticamente ya han sido usados para suplantar identidades, inventar noticias y confundir a la opinión pública.
En este contexto, etiquetar claramente lo que ha sido creado por una IA no es una limitación: es una forma responsable de integrar la tecnología en nuestras vidas.
¿Hay regulación respecto al etiquetado y divulgación?
La necesidad de transparencia no ha pasado desapercibida en el terreno legal. En Europa, el nuevo Reglamento de Inteligencia Artificial, el cual está entrando en vigor de forma escalonada, establece que los contenidos generados por IA deben ir acompañados de un aviso claro cuando puedan confundirse con creaciones humanas. La idea es sencilla: las personas tienen derecho a saber si están interactuando con una máquina.
Esta obligación cobra especial relevancia cuando los sistemas de IA se utilizan en contextos delicados, como la administración pública, la sanidad, la educación o la justicia. Si una notificación de Hacienda, por ejemplo, ha sido redactada automáticamente por un modelo de lenguaje, el ciudadano tiene que saberlo. No para desconfiar, sino para entender el proceso y poder ejercer sus derechos con plena información.
Además, la normativa europea establece que cualquier sistema de IA de alto riesgo debe ser diseñado de forma transparente desde el inicio. No basta con poner una etiqueta al final: hay que construir la confianza desde el diseño. En paralelo, algunos países están empezando a desarrollar marcos legales propios, que complementan estas reglas y refuerzan la protección del usuario.
Fuera de Europa, otros países como Estados Unidos, Canadá o Australia están trabajando en líneas similares. Y mientras tanto, muchas plataformas tecnológicas ya han empezado a aplicar por su cuenta políticas de etiquetado voluntario, conscientes de que la confianza del usuario es un bien tan frágil como valioso.
Cómo crear confianza en la IA
La buena noticia es que esta transparencia no solo es posible, sino que puede ser una ventaja. Las organizaciones que deciden ser claras sobre su uso de IA están mostrando responsabilidad y respeto. No hay por qué esconder que un contenido ha sido generado con ayuda de una máquina. Al contrario: decirlo de forma abierta puede reforzar la relación con el usuario.
Pero para que esta transparencia funcione, no basta con añadir una nota en letra pequeña. Hay que comunicarlo de manera clara y comprensible. Basta con decirlo como es: “Este contenido ha sido creado con inteligencia artificial.” O usar iconos o avisos que lo indiquen sin generar confusión.
La clave está en la pedagogía y en la coherencia. En explicar bien qué papel ha tenido la IA y en asumir que, al final, la responsabilidad sigue siendo humana. Porque por muy sofisticada que sea una tecnología, no puede decidir por sí sola cómo se comunica, cómo se informa o cómo se respeta a quien está al otro lado de la pantalla.
Estamos en una etapa de transición, donde el uso de la IA debe ir acompañado de nuevas reglas, pero también de una nueva ética. Saber si algo ha sido creado por una persona o por una máquina no es un detalle anecdótico. Es parte del derecho a entender el mundo que nos rodea. Y sobre todo, es una forma de cuidar una confianza que, una vez perdida, cuesta mucho recuperar.
Etiquetar no es desconfiar de la tecnología. Es, precisamente, la forma de poder confiar en ella.

Claudia Somovilla Ruiz es abogada especialista en derecho digital, propiedad intelectual y protección de datos.
Graduada en Derecho por la Universidad de Deusto, continúa su formación con un máster en derecho digital y nuevas tecnologías en UNIR. Asesora en comercio electrónico, marketing digital y privacidad, aplicando un enfoque proactivo y orientado a ofrecer garantías legales sólidas a sus clientes.






